lunes, 25 de mayo de 2009

La reunión

Cuando llegué a la reunión me di cuenta de que olvidé por completo hacer el encargo... todos voltearon a verme expectantes de mi aviso, sin embargo al percibir en mi primer inspiración aquel hedor del ambiente, que era una especie de mezcla a bebida, sexo, cigarro y marihuana, se me revolvió el estómago. Casi siempre que uno llegaba a ese lugar se respiraba un ambiente relajado y completamente embriagador que a muchos de nosotros nos había impulsado a cometer nuestras primeras locuras. Pero esa mañana era la excepción. Había algo que me impedía empezar a mover mi boca para relatar lo que todos estaban esperando.
"Hey, tú, ¿por qué no empiezas a hablar?" Dijo un tipo que yo no conocía que estaba sentado justo en un rincón de esa maldita sala, parecía que estaba casi tan nervioso como yo, sin embargo yo no creía que a él también se le hubiera olvidado su deber. Como respuesta lo único que pude atinar a hacer fue a abrir una cerveza que estaba en la barra... ¡qué digo atinar! Cuando intenté abrirla con el oxidado destapador que estaba empotrado en la puerta lo único que logré fue que la espuma se desparramara y cayera directamente sobre la revista pornográfica que yacía en el piso. Risas. Pero no todos rieron, se que uno de ellos, por lo menos uno, no río, más bien creo que se encontraba expectante de mis movimientos. Con una mano que quería disfrazar nerviosismo intenté fingir indiferencia y sacudí la espuma que aún escurría de la botella de mi cerveza mientras que con mi otra extremidad levanté la revista a la altura de mis ojos sólo para darme cuenta de que por la poca cantidad de luz que imperaba no podía ver ni madres. "¡Ya, cabrón, deja de hacerte el pendejo y dinos cómo te fue!” Dijo otro de los muchos personajes que no me quitaban ojo de encima desde que entré a ese departamento. Reí, me sentí como más dueño de la situación, de haber sabido que mi llegada iba a provocar un interés poco común no me hubiera dilatado tanto en llegar hasta ahí. Suspiré, alcancé uno de los bancos altos que hay siempre junto a la puerta, de esos bancos que dan la impresión de ya querer romperse para renunciar a su cargo de tantos años pero que sin embargo continúan sirviendo. Me senté sobre él, levante la mirada, suspiré nuevamente, y justo cuando iba a empezar a relatar lo sucedido con aquello que me llevó hasta ahí, empezó Fernanda a llorar de manera silenciosa, sólo recuerdo que se llevó las manos a la cara mientras todos sin saber qué pasaba la volteaban a ver, ella se situaba casi al centro del sillón grande, estaba entre Victoria y Marisol. No sé qué cosa rara provocó con sus lágrimas, pero todos en aquel momento se sintieron enrarecidos y desconcertados, o por lo menos eso quiero imaginarme, a veces uno desea que los demás sientan las mismas cosas que uno. Yo por mi parte hubiera querido abrazar a Fer pero sé que su hermana ahí presente me lo hubiera impedido. Aquel tipo que me había interrogado al principio se levantó de su asiento, tomó su vaso medio vacío de alcohol y medio lleno de colillas de cigarro y sin avisar lo lanzó fuertemente a la pared opuesta de la entrada principal, salpicando una mezcla de vidrio, alcohol y colillas a todos los que estaban en esa dirección. Daños totales: un vaso jaibolero menos y un poster más de El Grito de Munch arruinado. En la cabeza del Gordo Juan cayeron la mayoría de las colillas, él sólo se levantó, se sacudió el cabello y salió de la sala rumbo a la cocina. “¡Bueno carajo, ya empieza a hablar hijo de la chingada!”, dijo Arturo, que no dejaba de tocarse sus codos, así como si se autoabrazara. De pronto había olvidado que era yo el causante de esa mutis pocas veces aparecida ahí, normalmente el lugar estaba invadido de risas, abrazos, humo y amor. Me sentí mierda en ese momento, pero ya mucho tiempo después me di cuenta de que fue lo mejor, por lo menos para mí. Tomé la pistola que se encontraba en la mesa central y la descargué en el estómago de Fernanda, creo que le dolió un poco, pero fue lo mejor que pude hacer en ese momento, y viéndolo a la distancia creo que ha sido la mejor decisión que he tomado en mi divertida vida. A partir de ese día las cosas cambiaron mucho con los muchachos, pero cambiaron para bien. Por lo menos no tuve que decirles nada de lo que pasó la noche anterior a mi llegada al departamento y a partir de ahí me di cuenta de que yo, después de muchos años, por fin ya tenía el poder.