jueves, 22 de abril de 2010

Mi tropiezo


De repente me caí, en seco, directo sobre las rodillas y las palmas de mis manos, fue como cuando el agua golpea la tierra seca, y a partir de ese momento me quedé hincado e inmóvil como si aún temiera seguir cayendo, viendo el pedazo de piso de concreto que quedaba entre mis manos. No sé por qué no me pude levantar, quedé como petrificado, como inerte durante algunos segundos... así que empecé a contar... lento, despacio y sin prisas... 1... 2... 3..., más o menos por el 25 noté que mis ojos estaban extrañamente abiertos, más que nunca, con los párpados a su máxima compresión, lo pude constatar porque la cuenca interna de mis glóbulos oculares me empezaba a doler, y ese dolor fue lo que hizo que empezara a salir de mi letargo porque de ahí mis rodillas empezaron a gritar, me imploraban no moverme, que no hiciera el menor movimiento o sino lo iba a pagar, a pagar muy caro. Está bien “par de articulaciones inferiores”, no me moveré por el momento, les dije pero aún así seguían gritando, gritándome y amenazándome que no me moviera, que no me atreviera siquiera a respirar, me gritaban improperios más amenazantes que las órdenes del obeso Juan a su frágil mujer. ¡Cállense!, les decía yo mediante puros pensamiento, pues no deseaba ni mover mis labios, ¡cállense malditas!, pero ellas no obedecían, no se callaban, así que mejor intenté ignorarlas, o mas bien eso traté o eso imaginé porque regresé mi atención a mis ojos: me seguían doliendo, pero descubrí que no era porque tuviera muy abiertos mis párpados, no, para nada, era por algo peor que me dolían: caí en la cuenta de que no había parpadeado en absoluto desde mi caída... ¿cuánto tiempo llevo sin parpadear? Si hubiera seguido contando tal vez ya andaría sobre el 46 ó 52 o algún número grande. Malditos ojos, le tienen miedo a mis rodillas y les están obedeciendo al no moverse, ni para parpadear, ojalá pudiera prescindir de ellos... Seguí contando en mi mente. 63, 64, 65... Decidí también tratar de ignorar el dolor de la cuenca de mis ojos y me atreví a moverlos por primera vez en mucho tiempo en dirección a mi mano izquierda para revisarla después de mi caída, y pues ahí estaba, mi mano izquierda completamente apoyada con la palma en el piso, completamente inmóvil, muy bien mano izquierda, no te muevas, le ordené. Giré entonces la órbita de mis ojos para poder ver ahora mi mano derecha y fue entonces que empezaron los problemas: Los gritos de mis rodillas ahora parecían de mujer, ya no eran con mi propia voz, ahora se expresaban con un timbre similar a un bebé que no ha comido y reclama su alimento pero como proveniente de la voz de una mujer adulta a punto de ser violada. Nuevamente me suplicaban que no me moviera o que si no lo iba a pagar muy caro. Tengo dinero de sobra, pensé vagamente para darme valor y mis secos ojos prosiguieron su camino hasta que llegué a ver mi mano derecha, pero lo que vi no era mi mano, era una hamburguesa de carne cruda aplastada contra el piso como si la hubiera tirado un niño al ir corriendo. ¡Hey, mano derecha!, ¿sigues ahí?, le pregunté... pero no recibí ninguna respuesta. ¿Manita?, le supliqué pero no recibí respuesta de ella y en ese momento empecé a desear que me gritara de la misma manera en que mis rodillas lo hacían pero no lo hizo, nunca más lo hizo. Está bien, te he perdido, mano derecha, mi mano onanista por excelencia, adiós pues, le dije con mi mente, ya que mi boca no me atrevía a moverla... 100, 101, 102, 104, 106... Sin poder quitar la mirada de lo que quedaba de mi mano derecha empecé a escuchar risas y maldije a quien se estuviera riendo de mi ridícula situación, ¿es que nadie nunca había tropezado en plena autopista?, quise decir, pero no pude decir nada porque noté que esas risas provenían directamente de mi boca, eran carcajadas tan grandes como diabólicas las que salían de mi garganta empujadas por muchos músculos torácicos y mi diafragma además de mis pulmones. Sin embargo mi mente proseguía con su contador, creo que ya iba por el número 130 cuando noté que ya no contaba hacia adelante, sino hacia atrás y muy rápidamente, lo mejor es que ¿yo? seguía riéndome a carcajada abierta sin poder quitar la mirada de mi mano-hamburguesa, ...30, 29, 28, 27... definitivamente ya no estaba yo contando, ¿quién lo hacía por mi entonces? ...17, 16, 15... ¿Qué pasará cuando llegue esta cuenta regresiva al cero?, me pregunté y para mi sorpresa fueron mis gritonas rodillas quienes contestaron con una voz increíblemente clara pero denotante en angustia: Ya lo sabrás, dijeron, pero de verdad ya no les presté atención porque mi mente se concentró ahora sí en serio en analizar lo que quedaba de mi mano derecha, ...10, 9, 8... esos son mis huesos creo, eso al parecer es una uña, la uña de mi dedo ¿índice? ...7, 6, 5... lo bueno es que al parecer mi muñeca está intacta y mi reloj sobrevivió a mi estúpido tropiezo. ...4, 3, 2... Te dijimos que no te movieras, me susurró llorando una de mis rodillas. Antes de escuchar el número uno pude cerrar mi pesados párpados y sentí un gran alivio al interior de mis ojos y justo antes de escuchar el número cero las carcajadas que salían de mi boca cesaron. ¡CERO! Gritaron a coro mis grandes rótulas y demás partes de esas articulaciones y caí en cuenta de que tenían razón, ya que a partir de ese momento lo empecé a pagar muy caro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario